Me conocían como el Conductor Núñez. Fui uno de los primeros en llevar el ramal del tren de Los Lagos a Riñihue, desde mediados de los años 20 hasta 1943. A ese tren se le decía el tren chico, por lo angosto de sus rieles. Pero detrás de esas vías había un gran sueño: el plan trasandino, que buscaba conectar Valdivia con San Martín de los Andes, cruzando la cordillera. El primer paso de esa ruta empezó aquí, en Los Lagos, con este pequeño tren de carbón que arrastraba madera y también pasajeros.
Aquí donde estamos, la memoria nos devuelve a esos años en que se soñaba grande, con un tren que iba a cruzar la cordillera. Imagínese, más de mil kilómetros, exactamente mil ciento treinta y siete, repartidos en seis tramos. El propósito era claro: facilitar el comercio agrícola y forestal, abrir caminos para el progreso.
En 1907 llegaron desde Alemania los rieles y tres locomotoras que aún se recuerdan por nombre: la Graciela, la Collilelfu y la San Martín. Ese mismo año se construyeron dos grandes puentes de fierro, fabricados en Schneider y Creusot, que vinieron a posarse sobre los ríos Collilelfu y Quinchilca, como guardianes de hierro en medio del bosque.
Para 1909 ya se podía andar en tren por los primeros treinta kilómetros desde Collilelfu, aunque todavía faltaban diez más para llegar a Riñihue. Y fue recién hacia 1916 cuando esos diez kilómetros se completaron, dejando lista la primera sección del Trasandino, con cuarenta kilómetros en total.
El sueño era cruzar montañas, pero al final ese tren quedó detenido en Riñihue, sin alcanzar nunca la frontera. Aun así, marcó una época: era símbolo de un deseo colectivo de crecer, de mirar más allá del valle
Claro, y después vino otra etapa. El Estado terminó comprando lo que aquí siempre le llamamos con cariño el tren chico. Ese fue el que siguió funcionando, hasta 1975. Ese año se cerró, y nos quedamos sin tren. Fue duro, porque el tren no era solo transporte, era la vida misma de la comuna, era ver pasar los vagones, escuchar el silbato, sentir que estábamos conectados al mundo.
Ya en los años 80 lo desarmaron… como si lo fueran borrando de a poco. Y hubo que esperar mucho tiempo, hasta el 2013, para que al fin se reconociera como monumento histórico. Fue como una justicia tardía, un reconocimiento a esa historia que nos marcó como comunidad.
"Esta sala lleva el nombre de mi papá, y él es el Conductor Núñez, el mismo que da nombre a una calle aquí en Los Lagos. Recuerdo que el tren chico era simpático, muy cercano a la gente. En el camino, si alguien levantaba la mano, paraba como si fuera un bus, los subía y también los dejaba donde correspondía.
A veces, a la mitad del recorrido, la máquina se quedaba sin agua y había que parar a rellenar. En esos ratos, la gente se bajaba, compartía un vaso de chicha con el conductor, conversaban, se reían… Ese tren no era solo transporte, era comunidad sobre rieles."
- María Núñez.