Bienvenido a mi sala. Mi nombre es Miguel Ramírez Bravo y lo que ves aquí es la Colección Collilelfu, formada por más de setenta vasijas cerámicas completas: jarros, botellas, ollas y platos que guardan la memoria de este territorio.
A principios de los años 80, la municipalidad de Los Lagos sufrió un incendio y, durante la reconstrucción, aparecieron cántaros enterrados en sus cimientos. Muchos pensaron en desecharlos, pero yo no podía permitir que se perdiera un hallazgo así.
Me los entregaron y, desde entonces, decidí preservarlos y exhibirlos en mi farmacia. Ahí estuvieron, a la vista de todos, por casi cincuenta años. Con el tiempo, mi hijo Cristian Ramírez Garrido donó la colección a la Ilustre Municipalidad de Los Lagos, para que estas piezas fueran resguardadas y compartidas con toda la comunidad.
Hoy se exhiben en esta sala que lleva mi nombre. Y créeme, cada una de estas vasijas no es solo barro cocido: es historia viva, rescatada del olvido. Cuando uno mira estas piezas, no ve solo cántaros o jarros de greda. Lo que tenemos aquí son historias, formas de vida que se contaban en silencio, a través de la arcilla.
Gran parte de la colección pertenece al estilo Valdivia, esa alfarería que nació allá por el siglo XIV. Se reconoce fácil, con su pintura rojo sobre blanco y esos jarros con líneas y figuras geométricas. No eran solo objetos: se usaban en encuentros, en momentos donde la gente se reunía, compartía, y reforzaba sus lazos. Por eso digo que estas piezas hablan de comunidad, de vínculos, de política incluso, porque todo eso estaba presente en sus manos y en sus fiestas.
También hay piezas del complejo Pitrén, mucho más antiguo, de entre los años 300 y 1000 después de Cristo. Esa cerámica era más sencilla, monocromática, pero representa a los primeros grupos en el Wallmapu que trabajaron la greda. Imagínese lo que significa: cada uno de estos objetos es como una página escrita en arcilla, una narración histórica del pueblo mapuche y mapuche-huilliche.
A lo largo de los años fui guardando estas vasijas que aparecían en excavaciones o en trabajos en Los Lagos. Llegué a juntar cerca de 120 piezas, aunque hoy se conservan unas 70. No todas están a la vista en esta sala, pero créame, cada una tiene algo que contar. Y a mí siempre me gustó pensar que mi tarea era esa: cuidarlas, preservarlas, darles un lugar para que pudieran seguir hablando a quienes vinieran después.